Hay
demasiada gente católica sin fe. Hombres y mujeres seguros de sí mismos, independientes,
capaces de modelar una doctrina a medida. Satisfechos de su actitud ante la
vida, porque sacan pecho y expresan rotundos sus convicciones: –yo solo creo lo
que veo. Eso dicen. Poseen una verdad inalterable. Sin embargo, cuando se tambalean
y se ven envueltos en tinieblas, esos hombres y esas mujeres, se aferran a lo
desconocido, a lo que nunca han visto, y exclaman fervorosos: –¡Dios mío, sálvame!
Y se salvan. Pero no aprenden. No dan gracias, ni rezan, y vuelven a hablar
vehementes, como si nada.
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