Cuando
el monitor de spinning acaba la dura sesión, levanta las manos de la bicicleta,
extiende los brazos hacia nosotros y dice:
–¡Seguid
pedaleando, que todo vuelva a su sitio!
Esa
frase, dicha desde la altura que le otorga la tarima, parece propia de un mesías.
Además, contiene un lirismo que activa mi sonrisa. El poco riego que llega a mi
cerebro es suficiente para imaginar el desorden interno. Entonces, visualizo a
mi fatigado corazón a la altura de las rodillas, con la sístole y la diástole
perturbando mis piernas temblorosas; mis pulmones en la barriga, haciendo de
estómago; y mis riñones taponando la entrada del aire. Ante eso, solo puedo inspirarme en
este agradable desbarajuste fruto del esfuerzo. Mis pies de plomo se derriten, siguen
anclados en el fuego del infierno; y mi cabeza… ¡ay mi cabeza! Siento como se
separa de mis hombros y orbita como un satélite, ligera, evadida de toda preocupación
y capaz de alcanzar el cielo.
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