domingo, 9 de octubre de 2016

UNA CLASE DE SPINNING

Cuando el monitor de spinning acaba la dura sesión, levanta las manos de la bicicleta, extiende los brazos hacia nosotros y dice:
–¡Seguid pedaleando, que todo vuelva a su sitio!
Esa frase, dicha desde la altura que le otorga la tarima, parece propia de un mesías. Además, contiene un lirismo que activa mi sonrisa. El poco riego que llega a mi cerebro es suficiente para imaginar el desorden interno. Entonces, visualizo a mi fatigado corazón a la altura de las rodillas, con la sístole y la diástole perturbando mis piernas temblorosas; mis pulmones en la barriga, haciendo de estómago; y mis riñones taponando la entrada del aire. Ante eso, solo puedo inspirarme en este agradable desbarajuste fruto del esfuerzo. Mis pies de plomo se derriten, siguen anclados en el fuego del infierno; y mi cabeza… ¡ay mi cabeza! Siento como se separa de mis hombros y orbita como un satélite, ligera, evadida de toda preocupación y capaz de alcanzar el cielo.

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