‒¿Has
pensado alguna vez de qué vas a morir?
‒Pues claro. Cómo
organizas la vida sin una muerte que la defina. Tengo un sueño que
me obsesiona.
‒Cuenta,
cuenta…
‒Me
veo en un bosque tenebroso vestida con una caperuza roja, huyendo despavorida de
un enorme lobo. El animal me da caza. Entonces me despierto. Interpreto una
muerte dulce; hay belleza en la ferocidad de la bestia. Mi pánico tiene luz
propia, no hay desesperanza, por eso presiento que moriré sin atisbos de dolor,
a la primera dentellada o por un ataque fulminante al corazón. Si por mí fuera,
moriría imaginativamente.
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