Mis
pupilas se irritan al contemplar los lívidos azules del cielo. Me pasa con todo
lo bello. Prefiero mis manos ajadas y podridas; pueden transformarse en un
revolver de tres dedos para disparar hacia la blancura de las nubes, ¡bang-bang!
Aquello que cae abatido es indefinido, pero yo lo arrastro hasta la cámara
oscura de mi cerebro, y modelo unos pájaros muertos, ingeniosos, nacidos de las
goteras lúgubres del firmamento. Me alimento de mí mismo; así que abro sus
vientres hinchados con el bisturí afilado de mi mente, para examinar sus
entrañas y comprobar si ahí se encuentra alojado el demonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario