Un
rostro horrible y aislado en una mesa de un bar suscita el interés; pero dos
fealdades juntas, la de un hombre y una mujer, son un espectáculo mucho mayor. Desde
mi sitio observo ese antiestético encuentro. No escucho la conversación, solo sus
voces: son dos paisajes agrestes, peculiares. La interpretación que Dios ha
hecho de ellos ha sido cruel, despiadada. Pero ellos apuran su experiencia, su soledad,
sus inseguridades, esa naturaleza deforme que les hace compartir el mismo centro,
y una historia que, lejos de ser grotesca, se intuye tierna, comprensiva, apasionada,
y de una complicidad envidiable. Pura belleza.
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