La
mujer taciturna está sentada, cerca de la ventana, con la espalda recta,
hierática como una esfinge, pegada a la silla, casi incrustada, con los brazos
apoyados en el reposabrazos. La han duchado y vestido. Está perfecta, impoluta;
casi bella. Pero no se mueve. No habla. Solo respira pausadamente. Está llena
de recuerdos; de personas, lugares, hechos, ideas… También de miserias, de
voces oscuras que la amargan. No está sola, la cuidan cada día, pero ella se ve
incapaz de imaginar más allá de la ventana. El paisaje se transforma en abismo,
en atrayente precipicio; y no puede hacer nada.
Relato finalista en Wonderland el 12/11/2016
Relato finalista en Wonderland el 12/11/2016
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