Los ojos color de
gacela que huye despavorida no tienen nada que ver con los ojos color de hipopótamo
que se revuelca en el barro. La mirada que suscitan los primeros es asustadiza,
algo nostálgica, poseedora de un tic nervioso que se intercala con el titilar
de las estrellas. Los otros, en cambio, son más canallas. Sus pupilas dilatadas
dicen que sí cuando su parpadeo hace pensar lo contrario; miran con descaro, de
hito en hito, y además provocan escalofríos. Son las apreciaciones que hago al
observar a estos dos rapaces que intentan ligar conmigo; nada concluyentes, lo
sé, pero suficientes.
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