Los días que
arrecia la tramontana salgo de casa con el diablo metido en el cuerpo, con
ganas de buscar pelea. Miro a la gente con rabia; predispuesto a levantar la
mano a cualquiera. En el metro, cogidos de la barra, están los peores; los que
marcan músculo y se creen superiores. Esos me ponen enfermo. Les daría una
somanta de palos, a diestro y siniestro, con la mano bien abierta,
¡¡placa-placa!!, hasta dejarlos girados. Los remataría con mi puño,
desplomándolo sobre su cabeza de chorlito, de arriba abajo, a lo Bud Spencer. Y
todo por culpa del dichoso viento.
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