Para no rumiar el
pasto repugnante de mis pensamientos, entro en el bar más concurrido que
encuentro con la intención de pasar la tarde. Me siento en una mesa y pido el
primer gin tonic. El ambiente resulta ensordecedor. Es ideal. No pienso. Me
centro solo en las personas; las que entran, las que están en las mesas, las de
la barra… Al observarlas, imagino sus vidas y siento un apego muy especial,
como si las conociera. En la mesa del fondo, hay una chica solitaria que me acecha con la
mirada, aunque hace como que lee el periódico. También toma cubatas.
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