El señor desengañado
aprovechó el trayecto para enumerarle al taxista los defectos de su mujer:
‒Es fría. Calculadora.
Tiene los ojos hundidos, muy pequeños. Su nariz es grande, ganchuda. De tez
pálida. Poco risueña. Labios de frankfurt, operados. Tiene el don de poner en
berlina a cualquiera. No le gusta el vino, ni la cerveza; solo los chupitos imbebibles
de colores. Es puñetera. Gritona. No le digas de dar un paseo, ni la cojas de la
mano; enseguida te escupe al suelo. Y su mandíbula: desencajada, como una
auténtica cromañona...
‒Sí, sí… Son quince
euros.
‒Gracias por el
servicio, Paco.
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