Empezó el día
mirándose al espejo y diciendo en voz alta:
–¡Dios mío! ¿Cuánto
tiempo he de aguantar esto?
Llevaba meses
afeitándose con sumo cuidado. Su rostro estaba plagado de pequeños forúnculos
maduros. Se repugnaba; se veía horrible, deforme. Su semblante era lo más
parecido a un accidente rocoso plagado de minas explosivas, y sentía tanta
lástima de sí mismo que le costaba respirar; no encajaba en la estética de este
mundo. Sus pupilas apagadas se lo dejaron claro: hoy era el día. Cogió la
maquinilla y, sin temblarle el pulso, pasó rasante la afilada hoja por sus
granos infectados.
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