El reputado
cocinero procedente de Hong Kong nos elaboró una paella con evidentes toques
orientales. Le puso gambas peladas, trocitos de tortilla a la francesa, jamón
dulce, huevo cocido, zanahoria rallada y brotes de soja, e incluso se atrevió
con olivas rellenas. Nos la sirvió en el típico recipiente de hierro de dos
asas, colocado en el centro de la mesa, para que la comiéramos directamente de
ahí. Había que hacerlo con ansia, como con la comida rápida de las franquicias
hamburgueseras. Algunos críticos tenían razón al considerar que su restaurante
era un espacio gastronómico donde todo alcanzaba otra dimensión.
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