Los toros
rechonchos son bestias afectuosas a las que cuesta matar en los ruedos;
desvirtúan la fiesta y la encauzan a una realidad incruenta. Ante esa mimosa
redondez, más propia de los peluches, el torero, agresivo por naturaleza, se ve
incapaz de expresar su interioridad. El astado no le ayuda, se muestra pasivo, bondadoso,
y de nada le sirve presentarle la muleta para que la siga, o provocarle con la
espada. El animal no atiende a los lances de la lidia, y el pobre matador, que
sufre en demasía, no es capaz de expresar todo el arte que lleva dentro.
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