Seguramente existan
señores delgaduchos interesados en la poesía y la reflexión filosófica que
conduzcan grandes camiones articulados, pero cuesta imaginarlos repantigados en
esos asientos ergonómicos formando un todo con el camión. Quizás, los hombres cargados
de hombros, barrigudos, de patillas pobladas, con gorra, camisa abierta mostrando
pelambrera y un mondadientes encajado entre sus labios, dibujen mejor el estereotipo
de una profesión que, a mi entender, está cruelmente castigada por comentarios de
mal gusto, que siempre hacen referencia a historias morbosas y de alterne; sin
atender, siquiera, a lo que verdaderamente tiene valor: el viaje como medio de introspección
del individuo.
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