El discípulo en
artes marciales ve a su mujer todos los días, y, aunque podría aborrecerla por
eso, siente que la quiere. Algunas veces ha tenido la tentación de practicarle
los tres golpes letales, los aprendidos en las clases de lucha; pero se frena,
y no desarrolla esa implacable técnica capaz de ocasionar la muerte. Cuando vuelve
a verse incitado por ese siniestro arrebato, respira y cuenta hasta diez mentalmente,
como le ha enseñado su maestro; para apaciguarse, para aceptar la convivencia
diaria, y los vericuetos entre dos personas que comparten la vida, porque en el
fondo se tienen aprecio.
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