Alguien me sigue
cada día; estoy convencido. Igual lo hacen hombres que mujeres; se van
turnando. Ayer, un señor alto, vestido con gabardina gris y un periódico bajo
el brazo. Esta mañana, una mujer enlutada, de mediana edad, arrastrando un
carrito de la compra. Me gustaría girarme hacia ellos, de repente, y sorprenderles.
«¡Ya está bien. Dejad de seguirme!», les diría señalándolos amenazante con el
dedo. Pero no puedo, no me atrevo. ¿Y si me equivoco? ¿Y si es una chaladura
mía? Sé que solo cumplen órdenes; soy su presa, y deben acecharme desde que me
levanto; todo el día.
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