«¡Dios mío! Qué
horror de espécimen», gritaron. «Sus brazos son alas y su boca un horrible pico».
Apedreado por todos, el señor, se internó en el bosque. Allí fluían las
energías que lo conectarían con el firmamento. Por primera vez sintió la necesidad
de abrazarse a un árbol, de picotear su corteza y de trepar por su tronco hasta
alcanzar las ramas más altas. Alicaído, se posó en una. Divisó la ciudad que lo rechazaba, y entrada la noche se quitó el sombrero, emitió tristes gorjeos y, cuando
estuvo listo, batió con fuerza sus alas para ensayar su primer vuelo.
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