Un señor inocente
pero cabal, recibió una llamada telefónica de la mujer que, al parecer, lo
amaba.
–¿Por qué te
subiste a mi coche? –le dijo–. ¿No entiendes los códigos?
–No sé –respondió
el señor sorprendido–. Llovía, era tarde. Pensé que no te importaría llevarme a
casa.
–Me mirabas con
ojitos…–apuntó.
–¿Yo? Tenía sueño;
era casi de día.
–Pero tus gestos…
Ella entró en un
bucle de apreciaciones seductivas que mantuvieron al señor cabal pegado al
teléfono durante más de una hora. Al final, entendió que su manera de ser no
estaba hecha para la vida moderna.
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