La astuta curandera
retenía energías verdes, rojas, amarillas y azules en tarros herméticos de
cristal que después vendía. La gente más ingenua se las compraba y las consumía
como una conserva. Les explicaba que para prepararlas bien y no se perdieran sus
extraordinarias propiedades, lo mejor era sumergir el envase que contenía el
efluvio tintado en un cazo con agua hirviendo, para que recibiera un calor
suave y constante. De ese modo, se iba cuajando el contenido del tarro, y cuando
la espiritosa energía tomaba la apariencia de una gelatina, estaba lista para tomar
y, según el color, para sanar.
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