Me daba cierto
reparo encontrarme a un viejo amigo que antes tenía una posición social
acomodada y ahora era el mendigo que se sentaba en la entrada del supermercado.
En una placa de cartón podía leerse el resumen de su vida; de cómo había
llegado a esa situación actual. Ayer mismo hablé con él; le di unas monedas y
le aconsejé que cuidara la ortografía, que su historia podía mejorar mucho si eliminaba
las frases artificiosas, que fuera más conciso; y que utilizara como máximo cien
palabras; serían suficientes para crear literatura, y su lectura, además de no
aburrir, agradaría.
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