En el barrio había un
papanatas que disfrutaba ofendiendo porque sí. Todos sabían que no era amante
del agua, y echaba por la boca los gases del estómago. Sin destacar en nada,
tenía la autoestima muy subida y se convertía en un gallito sin modales que
rajaba de las mujeres talentosas. Incluso siendo un retaco, cuando se las
encontraba, se encaraba a ellas, desafiante, sacando pecho y desplegando una ridícula
fiereza que buscaba el enfrentamiento. Ellas, al verse intimidadas por el peculiar
espécimen, lo abordaban con perspicaces comentarios que él hacía ademán de
entender, pero no se enteraba de nada.
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