La radiografía que
efectuaron a la barba hipster de un señor despistado, sirvió a la ciencia para
descubrir un gran hallazgo: un solemne desfile de hombrecillos del tamaño de
una mota de polvo, apretujados uno contra otro y cogidos del bracete. Se
trataba de innumerables escuadras, Moras y Cristianas, recargadas con
exuberantes atavíos y blandiendo, algunos, fastuosas espadas. Además, al
acercar el oído a ese bosque de pelo, podía escucharse el ritmo marcado de unos
timbales, y una musiquilla pomposa producida por unos inapreciables músicos vestidos
con chilaba. Todo un ecosistema de vida en el interior de esa espesura rizada.
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