El individuo bohemio es un mísero de lujo al que le gusta sentirse
libre. Es inconformista, extravagante en su forma de vestir y de ideas estrafalarias.
Esa vocación, muy acorde a la figura de los artistas, se hereda como la mala
suerte. Los bohemios solo tendrían que sentar un poco la cabeza y esa
apariencia superflua cambiaría, pero les resulta imposible. Nunca han tocado
con los pies en el suelo, y, según dicen, en ello radica su inagotable creatividad.
Yo conocí a uno con bigotes dalinianos que recibía el apoyo moral y
creativo de un pavo real. Se lo colocaba sobre la nuca y le contaba sus iniciativas
creativas. Tenía tantas que, cuando el ave desplegaba en abanico su vistosa
cola azul y verde con irisaciones doradas, el artista interpretaba que, de
todas, la que coincidía con la abertura total de su plumaje era la mejor idea,
la más acertada para ser llevada a cabo. Así funcionaba su ingenio. Se hizo inseparable
de ese pavo. Se sentía divino, especial, un artista admirable. Aunque, en
realidad, era un individuo creído e insoportable que se pavoneaba demasiado.
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