Hablar de fulanito y menganito es contar historias. Y también
cotillear. Podría decirse que es una expresión de la envidia, aunque no tiene por
qué serlo. Quien cotillea intenta averiguar algo que no sabe, por eso habla por
los codos con todo el mundo. ¿Quién tiene la información que busca?
En las barras de los bares, ya sea delante como cliente o tras ellas
sirviendo copas, están los más grandes cotillas. Ambos buscan establecer un
diálogo, un acercamiento. Esa es la verdadera necesidad del que cotillea. Muchos
son los que consiguen conectar a través del chismorreo y las habladurías. Sin
embargo, la base de esta mala costumbre, lejos de pertenecer a la rama del verdadero
conocimiento, es difundir juicios infundados sin aprender nada sustancial. Es
una crítica vacía, vulgar y de escasa intelectualidad. Pero nos atraen los enredos,
los tufos, las patrañas. Nuestra condición elemental necesita crear rumores,
medias verdades, inventar historias, fabular. Esta dentro de nosotros hablar de
otras personas. Muchas veces para disipar nuestras propias miserias. Qué le
vamos a hacer… Por cierto, ¿os habéis enterado de que a fulanito le va más el
pescado que la carne?
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