Nuestra cabeza está llena de cajones que se abren y se cierran
constantemente. Es sorprendente todos los que hay en continua actividad y conectan
entre sí. En ellos está todo archivado y clasificado. Nuestra esencia radica en
lo que se guarda en su interior. Sin embargo, existe un cajón que no tiene forma
de cajón y que no debería abrirse nunca. Es un compartimento extraño, y no
depende de nosotros que se abra. Nadie es consciente de tenerlo.
Si alguna vez te quedas con la vista perdida mirando hacia un punto
cualquiera, medio ido, o percibes que te cuesta hablar seguido porque las ideas
toman rumbos extraños, o tartamudeas mucho con las palabras que se quedan atrapadas
en la punta de la lengua, debes saber que ese cajón va tomado consciencia y llenándose
de suciedad, deformaciones y anomalías. Esos retales inservibles de la memoria
que todos producimos se alojan ahí, en ese cajón indefinido, y, aunque nada de
lo que va acumulándose merezca la pena, todo se mezcla en él como en un cajón
de sastre. No te alarmes. Es lo que toca. Si ese extraño contenedor del cerebro
crece y se desborda es síntoma de que has llevado una vida llena de excesos
perniciosos o que, por el contrario, has vivido con salud mucho tiempo y tu
hora está a la vuelta de la esquina.
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