El jabón es una necesidad, no un estilo de vida. Es imprescindible en
las pieles humanas que sudan. No tanto en la piel de los enseres domésticos y
los suelos de las casas. Yo, pocas veces paso la fregona en la epidermis de las
baldosas y la tez barnizada de los muebles. Tendríais que ver la mesa de mi comedor…
Como ahí, prácticamente, no hago la vida, en ella puedo escribir poemas con el
dedo, igual que en el cristal trasero de mi Seat Córdoba. ¡Madre mía, qué bien
lo conservo! Nadie diría que es un vehículo antiguo. En realidad es un coche
maravilloso, una reliquia del pasado expuesta todos los días en la calle, junto
al estanque de los patos. Su piel es de un gris platino que, cuando se ensucia
por las capas de tiempo, permite a la gente soñadora escribir cosas y hacer
dibujos obscenos. Dales una explanada de polvo y te garabatearán un mundo sucio
y perecedero. Igual que yo lo hago en las polvaredas de mi casa, pues en ellas fantaseo,
escribo ocurrencias y esbozo personajes mientras silbo alegre un himno
fantástico al que nadie ha sabido ponerle letra.
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