Dejar huella de tu paso por el mundo es algo parecido a tirar un vaso
de líquido de tu esencia en la inmensidad del océano. Es dejar escapar una
ventosidad de lo más hondo de tu ser mientras caminas por una selva amazónica.
Nuestras cualidades son invisibles. Aunque, como en la lotería, a unos les
llega el reconocimiento por su trabajo de hormiga durante toda una vida, a
otros por la excentricidad de su talento y a otros por cualquier otra cosa. A
saber. Consiguen la fama, la notoriedad y el prestigio, y su éxito abarca todo
el mundo, al mundo. Algunos creen que vuelan alto. Les cuelgan medallas, porque
sus saltos son tan formidables que alcanzan las nubes, los bajos del paraíso,
el cielo, la gloria. Sin embargo, la gravedad es contradictoria, despiadada, y
solo los que no se dan importancia, los más livianos, se elevan lo suficiente
para mantenerse levitando como seres dignos de ejemplo. Eso lo barrunta ahora
un señor vanidoso, con aires de grandeza, postrado en la cama, solo, esperando
a que le alcance la muerte.
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