Mi pueblo es precioso cuando te alejas, cuando tomas distancia; incluso
cuando estás tan lejos que solo lo recuerdas. En él, dentro de él, es como
todos: un gran hotel donde se aloja gente buena, insulsa y mezquina. Desde la localidad contigua lo veo envuelto en
la bruma matutina, y, desde esta confortable lejanía, parece un colosal barco
de piedra, rodeado de agua por todas partes menos por su lengua de grava, alquitranada,
casi viperina. Puedo oír el vaivén de las olas, el arrullo de los pájaros y el
leve runrún de toda esa gente buena, insulsa y mezquina.
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