Como
puedo hacerlo, levanto con mis propias manos el grueso alquitranado que reviste
este suelo y descubro la epidermis, la verdadera piel de esta metrópoli que
dejó de respirar hace tiempo. Ha estado enfundada y embutida bajo esta manta
negra de civilización y progreso, empachada de sacudidas y tubos de escape. He
logrado enrollarla como una alfombra persa y la he dejado apoyada en su
verticalidad en la esquina más lúgubre y encapotada de esta gran urbe devastada,
para que quien se sienta osado trepe decidido hasta el cielo y despierte a los nimbos,
los cirros y las nubes mastodónticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario