Hoy
ha dado limosna al señor que todos los días se sienta con su silla plegable en
la entrada del supermercado al que va habitualmente a comprar. Ha sido la
primera vez que actúa así. Le han sobrado varias monedas y ha decidido dárselas.
Siempre ha prejuzgado negativamente a ese señor barbudo, descamisado, que siempre
saluda y huele mal. Ha pensado incontables veces que debe gastarse el dinero en
alcohol, en droga, en entregar una parte a las mafias que lo controlan… No se lo esperaba, ha estado muy agradecido y le ha sonreído, sin
importarle que nunca le haya dado nada. Cruzan la mirada la mayor parte de días
y ha sentido que ya era hora. Piensa que ha obrado correctamente. Ha
modificado su conducta intransigente y, la verdad, se ha venido un poco arriba.
Ha tenido una sensación parecida a dar la mano en la iglesia (a la cual no va
nunca; solo a bodas y entierros) cuando el cura lo anuncia: «…podéis daros
fraternalmente la paz». Ese acto de concordia, de crear un lazo de unión
momentáneo, carnal, con alguien que, a lo mejor, ni es tu amigo o ni siquiera tienes
una mínima relación, es algo digno que debería mover algo interno. También
puede pensarse que toda esta serie de códigos y paripés no valen para nada. La
cuestión es: ese acercamiento o vínculo emocional propio de las personas, ¿debe
establecerse en Política? ¿O es mejor no mezclar los sentimientos humanos con
la Política metódica que hacen los humanos?
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