La joven pareja juntó sus labios
en un lugar escondido de la playa. Sus ávidas lenguas empezaron a dar vueltas a
tanta velocidad que quedaron atadas por un nudo de carne. Esa extraña
circunstancia hizo que la noche no fuera idílica, sin embargo, Lucia y Vicente
se mantuvieron abrazados por su bien, aterrados por aquel insólito incidente
que les mantenía unidos; con sus retinas casi quemadas de observarse tan de cerca,
sintiendo la tirantez y el dolor de aquella situación agónica más propia de una
maldición o un conjuro; o, tal vez, del pernicioso influjo de aquella colosal luna
plateada. El momento se transformó en desesperación, en rigidez, en lloros de impotencia
al no poder desmarcarse del cuerpo ajeno que, hacía solo un momento, ansiaban libidinosamente.
Mascullaron desagradables sonidos guturales que hicieron presagiar el fin de su
deseo, e intercambiaron un sinfín de respiraciones y jadeos resollantes que,
irremediablemente, les llevaron a segregar una inmunda variedad de babas,
espumarajos y viscosidades salivares. Las náuseas irrefrenables de él
provocaron el vómito compulsivo de ella, y lo que hubiera podido ser un grato
encuentro en la playa, se convirtió en una estampa repugnante y repulsiva que
nada tenía que ver con la dulzura apasionada de las primeras citas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario