Los mosquitos de Caspe son los
más gordos del mundo. Si te pican, te dejan hecho polvo. El tabasco y el Vicks
Vaporub van geniales. Mi padre dice que van al sudor y a algunos olores
corporales. A él, como no le pican, le saca de quicio que mi madre se queje constantemente
de que la acribillen todas las noches, incluso untándose con esas sustancias. «No
lo entiendo», le vocea con rabia, «debes tener la sangre mala». Al final, mi
madre calla. Encima que es ella la que sufre esas picaduras, parece que no
pueda expresarlo; como si él no repitiera las cosas. Y sí lo hace, os lo puedo
asegurar, y mucho, pero solamente sobre temas importantes que requieren reiteración
diaria; ya os podéis imaginar cuáles son en estos tiempos de
crisis. Cuando se entra en la disyuntiva de qué es importante y qué no, ellos
no se ponen de acuerdo; son de naturalezas diferentes. Mi madre valora el canto
de los pájaros y la luz del sol, y mi padre lo compara todo, es conocedor de lo
material y lo tangible, y menos mal… Para vivir se requiere de esas dos vertientes,
de ahí que, en el fondo, ellos se complementen tan bien; y los mosquitos, que
son muy sabios, sepan a quién picar y a quién no.
Bravo Sergi, destaco el modo en que, de un bichito tan molesto y diminuto extraes toda una filosofía de los vericuetos de las relaciones de pareja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Yolanda. Viniendo de una grande como tú, me siento muy halagado.
EliminarUn abrazo
Sí, sí, pero mucho. Me gusta mucho cómo cuentas. Y con cosillas que nadie cuenta.
ResponderEliminar