En la intimidad que ofrece el
hogar, uno baja la guardia y muestra su verdadera naturaleza. Por citar un
caso, a Joao Moreira, un corpulento empresario portugués de mediana edad, le
gusta apilar enormes melones en su cámara frigorífica para hacer zumo. Elige uno
al azar y, antes de cortarlo, lo besuquea, lo rodea con sus brazos e improvisa un
baile al son de un triste fado lisboeta. Lo acaricia con dulzura, como a un
bebé, le da los golpecitos requeridos en la corteza para cerciorarse de que es
óptimo y, cuando le parece, lo sitúa sobre un pequeño soporte destinado a
sujetar balones de rugby. Sumido en el ritual, se ata una cinta blanca en la
frente, empuña una preciosa katana samurái herencia de sus antepasados japoneses
y, con certeros mandobles, secciona el melón en varias partes. Luego, licua su
jugosa pulpa, vierte el jugo en una gran tinaja y mata su sed con desespero.
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