Aquella tarde plomiza, justo unos
minutos antes de las ocho, cuando me encontraba disparando a bocajarro a un tipo
que acorralé en un callejón sin salida, ni siquiera sabía por qué lo hacía. No
lograba recordar los motivos que me llevaban en ese preciso momento a tan salvaje
y cruento acto. El caso es que estaba allí, frente a aquel individuo
desconocido, acribillándolo sin piedad, contemplando como se desplomaba y cubría
el suelo de sangre. Miré el reloj. Lo había matado. Aunque seguía ignorando las
razones.
El caso es que la muerte le llegó puntual. A las ocho en punto.
El caso es que la muerte le llegó puntual. A las ocho en punto.
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