Un tipo cabezudo, traslúcido y
con más de mil vatios de potencia se aproximó con recelo a una enorme campana
de metal. Esa concavidad, situada a media altura sobre una gran tabla
horizontal de cuatro patas, estaba provista de un casquillo negro serpenteante
que encajaba, a su vez, en un cuello flexible y orientable del mismo material. Se
descalzó, se quitó los calcetines y con sumo cuidado fue enroscando sus pies en
ese soporte hasta quedar completamente conectado. Se quedó semidesnudo, suspendido
en una incómoda posición, le dio al interruptor y su enorme cabeza se hizo
incandescente iluminando la plataforma.
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