En mi cama soy como un feto
adulto, tapado hasta la cabeza con el edredón de plumas y cobijado en la
calidez de ese manto de protección; con las piernas y los brazos encogidos y
respirando la fragancia de unas sábanas de franela que me sumergen en un océano
de lavanda. La superficie es para los valientes, ahí solo hay escarcha e icebergs,
una atmosfera nívea que lo hiela todo hasta que irremediablemente suena el
despertador. Y yo, solo soy un simple batiscafo que navega impasible en sus
propios sueños, sin contemplar ni siquiera la posibilidad de elevar el periscopio
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