Cada día, coincidiendo con la
siesta, se articulaban desagradables estridencias procedentes del patio de
luces. Alguien hacía sonar una trompeta. Las paredes de la angosta galería
vecinal amplificaban la acústica, por lo que el vómito que se proyectaba desde aquella
campana de metal era, más bien, un alud insufrible de torpedos sonoros. La
intención musical existía pero, al arrojar piedras de aire en vez de notas afinadas,
todo crujía y explosionaba inexorablemente. Así, ajeno a esas resonancias más propias
del estrépito y el mareo, el voluntarioso vecino insistía en enlazar la escala
cromática –tropezando torpemente en la progresión de cada semitono–, repetía una
y otra vez ejercicios básicos para desarrollar la técnica –cayendo en constantes
imprecisiones– y, para concluir su ensayo y otorgarse el gusto de chapotear en
el fango de una melodía, elegía siempre el conocido Himno a la Alegría de
Beethoven para interpretarlo como quien sale a la calle acompañado por un
organillo con manivela y una cabra que berrea.
Buena producción la tuya Sergi, enhorabuena por tus éxitos en Wonderland. Ahora mismo voy a empezar tus Picotazos en Serie...
ResponderEliminarGracias.
Un saludo indio
Mitakuye oyasin
Hola David. Gracias por picotear mi Picotazos en serie.
EliminarHe actualizado de nuevo la publicación, he revisado algunos textos y he corregido algunos errores ortográficos. Te lo digo por si quieres bajarte la publicación de nuevo. De todas formas siempre hay cosillas que corregir.
Gracias por tu interés.
Un saludo