La joven insensata salió a
estirar las piernas. Lo hizo con sumo cuidado; de puntillas. Aun así, fue
detectada. La luminosidad del día pasó de repente a tinieblas y la bóveda
celeste que se movía sobre la silenciosa ciudad se transformó en una cohorte de
nubes tormentosas que acompañaron a la amenazante y oscura cumulonimbus; la
reina de los fenómenos meteorológicos. Inmensa como una montaña, adoptó la apariencia
de una terrorífica bomba atómica, engendrando en sus entrañas un terrible ataque
de rayos y truenos para ser lanzado sin piedad sobre aquellos que osaban salir de
casa a dar un paseo.
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