Un minúsculo poro situado en mi
mejilla derecha se llena de sebo con facilidad. Es por el roce con la almohada,
lo tengo comprobado. Cada noche plancho mi cara en ella vuelta y vuelta,
hundiendo mi nariz en el hedor de su tejido captador de babas. Huele a mí; a rémoras que suspiran, a piel muerta que añora, a cantos fétidos que se pliegan,
a lágrimas encebolladas, a sedimentos, a gritos de fritanga…, a mis esencias. Y
todas ellas reposan en esa espuma amarillenta, podrida y nauseabunda que
engrasa mi piel y alimenta sin medida a ese orificio imperceptible.
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