Estuve toda la noche hablando en
voz alta conmigo misma delante del espejo. Siempre me contaba cosas, repasaba
lo acontecido durante el día y, a medida que entraba en materia, reflexionaba
como una adulta sobre lo que en realidad me entristecía profundamente. Hablarse
a uno mismo era lo propio en casa, se lo había visto hacer a mi padre en su
habitación y a mi madre en la suya. Luego, en las zonas comunes, no nos
comunicábamos; ni nos mirábamos. Esa mañana lo tuve claro, vi mí bicicleta rosa
apoyada en la valla y un amanecer resplandeciente que me iluminaba.
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