Me limpié solo un pie, el
izquierdo. El otro no lo necesitaba. Lo hice con un jabón de PH ácido, tal como
indicaba el breviario. Masajeé los dedos y la planta hasta conseguir esa espuma
jabonosa que mantuve unos minutos, lo enjuagué bajo el grifo del bidé con abundante
agua y lo sequé a golpecitos con papel de cocina. Después le extendí el
ungüento amarillo para que la piel lo absorbiera. El tratamiento hizo su efecto
rápidamente y la conversión apenas causó dolor. Realicé de nuevo el proceso, pero
esta vez en mi ojo derecho, el otro no lo necesitaba.
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