Una mujer harapienta y descuidada viene habitualmente a la biblioteca.
Cuando entra, con su caminar tambaleante e impreciso, deja los libros que ha
leído sobre el mostrador y, en apenas unos minutos, selecciona algunos más. Suelen
ser libros de historia. Los devora. La bibliotecaria, que siempre resopla cada
vez que viene, registra las nuevas adquisiciones y hace evidentes esfuerzos por
mostrar normalidad y tolerarla. Desde mi sitio percibo todo eso. Pienso que la
mujer andrajosa lee mucho y debe ser bastante culta, y que su vida la ha
llevado por extraños derroteros; es evidente que sufre algún tipo de desorden.
Sin embargo, también lo pienso de la bibliotecaria cuando, impulsivamente, tras marcharse la pobre indigente, rocía de colonia la biblioteca, dejándonos claro a todos que la mujer apesta.
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