Malena era una mujer casi viuda, por eso anunciaba con cierto cinismo su
estado civil a los hombres del pueblo, por si era de su interés. Podría decirse
que esta singular mujer no era un ser espiritual. No se percibía ni rastro de su
fe ni de sus creencias, y en su inteligencia no se mezclaba la compasión ni la
ternura. No era cercana, imponía respeto, y todos la veían como una mujer fría
y calculadora. La gente del pueblo veía en ella a un ser cruel, vengativo, paradigmático,
con dobleces, de una naturaleza que no irradiaba buenas vibraciones. Sin
embargo, esos atributos inherentes a su condición no eran del todo culpa suya. Se
protegía tras esa apariencia dura y repulsiva porque no sabía cómo gestionar el
estado moribundo de su marido. Nadie lo sospechaba, pero la insólita insinuación
a los varones no era más que un miedo atroz a la soledad.
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