Me encanta la idea de que antes se pagara a una señora para que llorara
en los entierros. En San Juan del Río, en el estado de Querétaro en México, se
celebra un moderno concurso de plañideras dentro del festival Anual del Día de
los Muertos. Estoy tentada en presentarme. En casa, siempre que me siento sola,
exagero mi tristeza y teatralizo lamentos, suspiros y gemidos varios. Me
dispongo ante el espejo y, a través de movimientos compulsivos, produzco inspiraciones
bruscas y entrecortadas que son idénticas al llanto. Luego, esos sollozos, si
están bien ejecutados, los intercalo en un discurso lleno de frases
conmovedoras. Únicamente me falta producir lágrimas. Para ello, es básico mantenerse bien hidratada y que el organismo
contenga el agua suficiente. Acostumbro a practicar con las películas en las
que la actriz o el actor lloran. También recurro a pensar en cosas tristes: me
imagino indefensa ante vejaciones; visualizo perros y gatos aplastados en la
carretera; recuerdo impactantes imágenes emitidas en televisión de niños azotados
por la miseria; pienso en las penurias que deben pasar los pobres inmigrantes
que viajan en patera; revivo la angustia de mi padre durante su dura
enfermedad, cómo se iba apagando y se convertía en cadáver… Nada de eso me
funciona. No me ablando; y no consigo que mis ojos luzcan llorosos. Necesito
ese plus para que mis dramas sean redondos. Quiero dar lo mejor de mí; así que si
no es este año me presentaré el otro.
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