Charo, querida, desde que llevo dentadura postiza me da por contar las
veces que mastico cada alimento. ¿Puedes creerte que cada bocado que doy lo
mastico treinta veces como mínimo? Estoy obsesionada. Además, cada cosa tiene
su masticar. No es lo mismo masticar un melocotón que un muslo de pollo o una
pizza. Mis mandíbulas adoptan una posición determinada según el tipo de comida;
y su movilidad es inestable, hacen un juego extraño y parece que vayan a
desencajarse. Lo peor es comer gominolas; ya sabes lo que me gustan… Sangro y
todo. ¿Puedes creerte que un simple osito de fresa he de masticarlo cincuenta y
ocho veces? Imagínate lo que supone comerme un entrecot poco hecho o al punto. Tengo
una ansiedad que no me la acabo. Ay, Charo… Ayer, tras beberme dos botellas de
sidra el Gaitero, cogí mi Vespa, e iba tan borracha que al parar en un semáforo
en rojo no sabía si podría aguantar la moto entre mis piernas. ¿Te das cuenta
lo que supone pasar las sesenta y cinco primaveras? ¿Te haces un pensamiento?
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