Cada
día noto como se para mi corazón y luego vuelve a arrancar, igual que un vehículo
destartalado con un motor defectuoso. No soy viejo. Solo tengo una
predisposición genética a la muerte súbita. Puede llegar a controlarse, pero mi
entorno no ayuda. Aquellos de los que nunca hablamos permanecen tras las
paredes de nuestra casa y cada noche se les oye arañar los tabiques con sus
garras mientras emiten espeluznantes alaridos que helarían la sangre a
cualquiera. Mi mujer se incomoda cada vez que entro en shock, y me abofetea para
que vuelva a este mundo inhóspito e inhumano.
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