El
estómago es la parte del cuerpo que más problemas me da. Lo consideraba mi
segundo cerebro, y, sin saber cómo, se ha vuelto geométrico; con aristas que se
clavan en mi abdomen cada vez que como demasiado o estornudo o me ovillo... Más
me vale no abusar de los cocidos ni coger un resfriado ni acurrucarme en la
cama cuando hace frio. Debería ser como una bolsa flexible, que ronronee suave,
y que los jugos gástricos transformen su contenido. Y, más bien, parece un
buche apelmazado de hojalata que almacena truenos de hierro. Será la edad, pero
este aparato digestivo no lo siento como mío.
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