Estábamos
completamente a oscuras en la habitación de un hotel. Mi tacto me transmitió la
interpretación de su figura. Así vi la forma de sus pechos, la curva de sus
caderas, la redondez imprecisa de sus nalgas y un sexo demasiado velludo. Oí su
respiración agitaba. Sus manos también me vieron de ese modo, a ciegas,
palpando mi cuerpo imperfecto. Nuestra cara era horrenda, fea; un espectáculo
para cualquiera que nos viera juntos. Pero eso ya lo sabíamos. Ella siguió
acariciándome y se encontró con un abultado llavero repleto de llaves que colgaba
de uno de los pasadores de mis vaqueros. Lo hizo sonar como un sonajero. Nos
reímos un buen rato, como niños. Luego me bajó los pantalones.
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