Casi me fundo con
la triste figura de bronce que engalana la plaza. Me quedo a su lado, mirándola
con ternura y, por primera vez, callándome los pensamientos, pues esta noche le
he prometido silencio. Me conoce bien. Siempre sumida a lo que venga. Sabe de mis
dilemas, de mis penas, y de esa incapacidad que tengo para mostrar sentimientos
a las muchachas. Las estrellas son testigo; ahora solo quiero acariciar sus
resquebrajaduras, abrazarla, besar su frente oxidada, y pedir al cielo, desde
este pedestal sagrado, que me alee con ella o que una bandada de palomas torcaces
nos bombardee.
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