jueves, 10 de diciembre de 2015

LA RECOMPENSA

Cuando los velatorios se hacían en las casas –y no en las actuales salas preparadas de los tanatorios– me gustaba acudir a velar al muerto; no tanto por el ambiente de adoración que prevalecía alrededor del féretro y los conmovedores lamentos que se proclamaban al difunto haciéndote saltar las lágrimas, sino por la compensación que suponía estar allí. Tras aguantar todo el día con la mirada lánguida, los familiares te mostraban su afecto, agradecían que estuvieras con ellos en esos momentos tan duros y, lo mejor de todo, te ofrecían un buen tazón de caldo calentito y algo de comer.

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